sábado, 1 de octubre de 2011

Seamos Buenos Consoladores


“Respondió Job y dijo:… Consoladores molestos sois todos vosotros.”
Job 16:1-2. (Versión Reina Valera)

Estas son las palabras que Job tuvo que decirles a sus amigos. Aunque ellos eran muy bien intencionados, para Job,  resultó una verdadera molestia tenerlos cerca y escucharlos, y tendríamos que estudiar el libro para entender mejor el contexto. Pero el punto de este tema es otro.
   Como sabemos, tenemos entre nosotros (nuestra iglesia) una familia que está pasando por un tiempo de duelo y luto por la partida de nuestro hermano Fabián. Y mi intención de escribir esto es  de aportar con algunas  ideas para que evitemos  ser, tal como los amigos de Job, unos  “consoladores molestos”.

1. Tratemos de hablar menos y de escuchar más: Santiago 1:19. Si pedimos pasar un tiempo con un hermano que ha perdido un hijo, sobrino, hermano, papá etc. Para consolarlo, tenemos que estar dispuestos a escuchar a la persona como se siente. Este es un  tiempo para escucharlo a él (o ella). No es un tiempo para hablar de nosotros, ni de cómo nos sentimos. Ni de las experiencias dolorosas que a nosotros nos ha tocado vivir. Y mucho menos un tiempo para hablar de cosas superficiales (del clima, la ropa, la moda, la salud de nosotros, etc., etc.) Cuando hacemos esto le hacemos sentir a la persona en duelo que su dolor no es importante para nosotros y que ella no nos interesa demasiado.
   También es muy importante que evites repetir frases o ideas “socialmente aceptables”. Generalmente son palabras de más que terminan dañando al otro en vez de consolarlo. Todavía me acuerdo cuando estaba pasando por el dolor de estar a punto de perder a mi papá, cuando me llamaron varios discípulos dándome la explicación de que preferían “no ir a ver a mi papá, ni estar cerca de mí en ese tiempo, porque querían recordarlo tal como cuando estaba sano”. Recuerdo que escuchar ese comentario (de varios discípulos, no de uno solo) me produjo un profundo dolor, y me sentí muy poco valorado y querido. Y me tuve que esforzar el doble con Dios para perdonarlos y para no guardar amargura en mi corazón. Existen frases y comentarios que hieren, destruyen y dañan espiritualmente (Prov.18:21).  Es preferible no decir nada antes que hablar de más.

2.   No es un tiempo para darnos de maestros: Santiago 3:1. Es decir; no es un tiempo para ponernos como ejemplos, o demostrarle al otro que nosotros entendemos o sabemos exactamente por lo que él (o ella) está pasando y sintiendo y que por eso tiene que sentirse de tal o cual modo. La verdad es que todas las experiencias son únicas, y todavía peor, cada persona es única. Por lo tanto es casi imposible entender completamente lo que el otro está sintiendo. Por ejemplo, hace menos de un año yo perdí a mi papá quién murió de un cáncer terminal. Y yo podría decir que entiendo a Marcela, o Juan Pablo o a los demás de su familia. Pero esto no sería verdad, porque perder a mi papá no es lo mismo que perder a mi hijo, o a mi hermano. Y porque mi papá murió de un cáncer y no en un accidente. Solo puedo entender en parte el duelo que ellos están viviendo, pero solo eso, en parte… Lo que yo viví no es lo que ellos viven ahora. Es mucho más sincero reconocer y decirles que no podemos entender su dolor completamente, pero que aún así queremos compartir con ellos este tiempo  y escucharlos como se sienten (Romanos 12:15). También este no es un tiempo para dar consejos, a menos  que ellos no me lo pidan.

3.   Recuerda que tú no eres el único  que puede y debe consolarlos: En Primer lugar tienes que recordar que el único consolador perfecto es Dios (Juan 14:16; 2ª Corintios 1:3-4). Nosotros solo vamos detrás de él haciendo parte de la tarea y oramos para ser usados por él en el consuelo que buscamos dar a nuestros hermanos. Pero También es bueno respetar los espacios y tiempos que quiera tomarse el hermano en duelo (hay que buscar un equilibrio entre los dos extremos de ausentarse completamente,  y el de presionarlos demasiado) Y para esto es muy importante que preguntemos con mucha prudencia si quiere pasar un tiempo y quiere hablar, pero sin hostigarlos. No es bueno que una misma persona lo llame muchas veces en el mismo día o que les envíe correos de ánimo  a cada rato. Esto nos transforma más en un “consolador molesto”  que en un animo para ellos.

4.   Y por último oremos por cada hermano que está viviendo un tiempo de duelo, para que Dios traiga consuelo y ánimo a sus vidas y para que Dios nos enseñe a nosotros a ser sensibles con el dolor ajeno. Y que Dios nos enseñe a ser buenos consoladores y no consoladores molestos.

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