EL RADICAL IMPACIENTE…
Con toda seguridad estaba comenzando una nueva era para la humanidad y prometía ser un buen tiempo. Hacía poco que el nuevo rabino ya se había dedicado al ministerio de tiempo completo después de ser bautizado en el río Jordán por un profeta llamado Juan a quién se le dio el sobrenombre de el Bautista por su labor de predicar un bautismo de arrepentimiento, preparando así al pueblo para la aparición inminente del Mesías.
No era de extrañar que Israel entero estuviera conmovido con la presentación de “el cordero de Dios que quitaría los pecados del mundo” después de pasar por un periodo de cuatrocientos años sin profetas y sin voz de Dios. Jesús, hacía poco, había predicado uno de los sermones más recordado hasta el día de hoy, conocido como el sermón del monte. Había sanado a personas en multitudes, había expulsado demonios de algunos endemoniados, resucitado a la hija de Jairo, devuelto la vista a dos ciegos y sanado a un mudo. Y ahora había escogido de entre todos sus seguidores, después de haber pasado toda una noche en oración ante el Padre, a doce de ellos. Les dio el nombre de apóstoles y junto con su nombramiento les entregó la autoridad para expulsar a los espíritus impuros y para curar toda clase de enfermedades y dolencias…, Luego, en medio de toda estas escenas maravillosas y que entusiasmarían al más depresivo de los mortales, se escucha resonar una pregunta, ácida pregunta, en un tono fuerte frente a Jesús: “¿Eres de veras el que había de venir… o tenemos que esperar a otro?” ¡Eran unos enviados que le preguntaban al Maestro, discípulos de Juan el Bautista, quién se encontraba en la cárcel! (Mateo 11:2-3.) ¿A que se debió la duda de Juan? Si repasamos el versículo 2 del evangelio de Mateo capítulo 11 veremos que Juan decide enviar a preguntar a sus discípulos a Jesús después de que “tuvo noticias de lo que Cristo estaba haciendo”. Fue por motivo de saber todo lo que Jesús estaba haciendo que Juan se puso dudoso… ¿Y que estaba haciendo Jesús? Vamos a volver a repasar por capítulos:
Capítulo 4: “Jesús ayuna y enfrenta a Satanás”.
Capítulos 5, 6 y 7: “Enseña el sermón del monte que es una exposición de los principios que deben regir a todo ciudadano fiel del reino de Dios”.
Capítulo 8: “Jesús sana a un leproso, al criado de un centurión, a la suegra de Pedro, a muchos endemoniados, calma milagrosamente una tormenta y sana a dos gadarenos”.
Capítulo 9: “Perdona y sana a un paralítico, llama a Mateo, Sana a una mujer enferma y resucita a la hija de Jairo, devuelve la vista a dos ciegos y sana a un mudo”.
Capítulo 10: “Escoge a sus doce apóstoles, que serían el fundamento para el nuevo pueblo de Dios que es la iglesia, les da poder para realizar milagros en unión con su llamado apostólico y luego los envía a predicar”.
Y luego entramos al capítulo 11 donde aparece la pregunta de Juan… ¡Todo esto era lo que Jesús estaba haciendo! ¿Dónde estaba el problema para Juan el bautista? ¿Por qué cuando “tuvo noticias de lo que Jesús estaba haciendo” no lo resistió más y envió a preguntar?
Notemos el tono duro de la pregunta que Juan le hizo a Jesús. Imagínate siendo tú el que está haciendo todo lo que Jesús estaba haciendo; sanando enfermos, resucitando muertos, echando fuera demonios, y que luego, el gran profeta que te anunció y que te presentó al pueblo de Israel, te confronta con la pregunta: “¿De veras eras tú el que había de venir? ¿O tengo que esperar a otro Mesías?”… ¿Qué es lo que no le gustó de Jesús? ¿A qué se debía la duda que ahora estaba manifestando?
Juan el Bautista tenía una visión muy personal de lo que debía ser el Mesías, que lo hizo confundirse, decepcionarse y dudar de Jesús si acaso era en verdad el Mesías esperado por el pueblo de Israel y anunciado por las escrituras. Y estaba dispuesto a esperar a otro que estuviera mas de acuerdo con sus propias expectativas.
En Mateo 3: 10-12. Vemos cual era la imagen que Juan tenía de Jesús. Pensaba que Jesús era un hacha (verso 10) que cortaría todo árbol que no diera buen fruto. Y que era una pala (versos 10-12) que en el momento de oficiar como Mesías comenzaría a limpiar el trigo y que lo separaría vistosamente de la paja y que traería juicio inmediato sobre Israel “guardando el trigo en el granero y quemando la paja”. Juan estaba decepcionado de Jesús porque el esperaba a un Mesías que fuera como un hacha, como una pala y como un fuego que cortara inmediatamente todo lo malo que había en el pueblo de Israel ¡Habían sanidades, milagros y cosas buenas ocurriendo, pero no eran suficiente para él! Y su visión chocaba frontalmente con la paciencia de Jesús y con su modo de hacer las cosas ¡Era un profeta muy radical para tratar el pecado e impaciente por lo visto, pero que no conocía mucho de la gracia salvadora y de la paciencia de Jesús! Y Jesús para sacar al bautista de la duda en la que se encontraba citó dos profecías mesiánicas de Isaías 35:5-6 y 61:1-2 en su respuesta en el verso 5 del capítulo 11 de Mateo: “Cuéntenle que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida y a los pobres se les anuncia la buena noticia”. Y concluye su respuesta a Juan diciéndole: “¡Y dichoso aquel que no encuentre en mí motivo de tropiezo!” (Mateo 11:6) ¡Juan estaba tropezando con Jesús al encontrarlo demasiado bondadoso, paciente y poco radical! ¿Con quien me identificaría más en este tiempo si tuviera que compararme? ¿Eres como el radical impaciente que por su falta de conocimiento de la gracia de Dios, ahora se encontraba momentáneamente tropezando con Jesús y dudando de él porque no lo encontraba demasiado severo como el hacha, la pala o el fuego consumidor que él esperaba que fuera? ¿O sigues al Jesús compasivo que esperaba que su gracia abundante y su verdad guiaran a los hombres al arrepentimiento y transformara las vidas de los demás? (Juan 1:14).
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